La música en la vida cotidiana
Antes de empezar a estudiar música en la universidad, yo pensaba que la música era simplemente “lo que uno escucha con audífonos o en fiestas”. Pero ahora que he empezado a explorar más a fondo su significado, me doy cuenta de que la música nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos, muchas veces sin darnos cuenta.
La música está en cada rincón de la vida diaria, aunque a veces la escuchemos de forma “invisible”. Por ejemplo:
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En casa: suena en la cocina cuando mamá pone la radio mientras cocina, en la ducha cuando alguien canta sin vergüenza, o en la noche cuando ponemos una canción para relajarnos antes de dormir.
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En la calle: hay música en los carros, en las tiendas, en los buses, en las plazas públicas. Algunas veces son artistas callejeros, otras veces es música grabada para ambientar el lugar.
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En los momentos especiales: las celebraciones familiares (cumpleaños, matrimonios, grados) siempre están acompañadas de música. Incluso en los funerales, usamos música para honrar y despedir a quienes amamos.
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En la espiritualidad: los cantos religiosos o espirituales nos permiten conectarnos con algo más grande, ya sea en una iglesia, en un ritual ancestral o en una meditación.
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En lo educativo: desde que estamos en el preescolar, cantamos para aprender: el abecedario, los números, los colores. La música nos ayuda a recordar, comprender y jugar con el conocimiento.
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En lo emocional: cuando estamos tristes buscamos canciones que nos entienden; cuando estamos felices, queremos bailar. La música es una especie de espejo emocional.
La música como lenguaje social
Además de ser algo personal, la música también cumple un papel colectivo y cultural.
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Cada región tiene su propio estilo musical, sus ritmos y sus instrumentos característicos. Por ejemplo, en Colombia tenemos cumbia, porro, mapalé, vallenato, entre muchos otros.
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Cada grupo social se identifica con ciertos géneros: los jóvenes urbanos con el rap, el reguetón o el trap; otros con el rock, la salsa, el pop, etc.
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A través de la música, muchas comunidades han resistido, denunciado o sanado. La música también es memoria histórica.
Esto me ha hecho pensar que como futura docente no solo voy a enseñar música “universal”, sino también la música que habita en la realidad de mis estudiantes. La música que cantan sus abuelos, la que escuchan en sus barrios, la que bailan con su familia.
He comprendido que la educación musical no empieza en el aula, sino mucho antes. Los niños ya llegan a clase con experiencias musicales: han cantado, bailado, escuchado, imitado sonidos.
Entonces, la labor del educador o educadora no es imponer qué música “vale”, sino ayudar a los estudiantes a descubrir cómo la música ya está en su vida, en su cuerpo y en su cultura.
Hoy valoro más que nunca esos momentos sencillos donde la música aparece sin que nadie la llame. Valoro que una canción pueda unirnos a desconocidos en una fiesta, o que una melodía pueda hacerme llorar sin saber bien por qué.
La música en la vida cotidiana es una forma de comunicación, una forma de estar presente y una forma de sentirnos humanos.
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